Un viaje a medida es un viaje que se adapta a ti, a tus gustos, a tus intereses y a tu presupuesto. Tú decides qué quieres ver, dónde quieres alojarte, qué quieres hacer y cómo quieres moverte. Así, puedes vivir una experiencia única y diferente, sin ataduras ni limitaciones.
Para realizar mi viaje a Japón, conté con la ayuda de Derive Travel, una Agencia de viajes a medida. Su equipo de expertos me asesoró y me ayudó a diseñar el viaje perfecto para mí, ofreciéndome las mejores opciones y consejos. Además, tienen una red de colaboradores locales que me brindaron una atención personalizada y una asistencia 24 horas durante mi viaje.
Derive Travel se basa en tres principios fundamentales: la calidad, la flexibilidad y la confianza. Su objetivo es que disfrutes de tu viaje al máximo, con total libertad y seguridad. Por eso, son la mejor opción para realizar un viaje a medida por japón.
Mi viaje comenzó en Tokio, la capital de Japón y una de las ciudades más grandes y modernas del mundo. Allí, pude apreciar los contrastes entre la tradición y la innovación, entre lo antiguo y lo nuevo, entre lo tranquilo y lo frenético.
En Tokio, visité sus barrios más famosos, como Shibuya, el cruce más concurrido del mundo; Shinjuku, el centro comercial y de ocio; Harajuku, el paraíso de la moda y la cultura pop; o Asakusa, el barrio más antiguo y tradicional. También subí a la Torre de Tokio, el edificio más alto de la ciudad, y disfruté de una vista panorámica increíble.
Mi siguiente destino fue Kioto, la antigua capital de Japón y una de las ciudades más bellas y culturales del país. Allí, pude admirar su patrimonio histórico y artístico, compuesto por más de mil templos, santuarios, palacios y jardines.
En Kioto, recorrí sus lugares más emblemáticos, como el templo de Kinkakuji, el pabellón dorado; el templo de Kiyomizu-dera, el templo del agua pura; el santuario de Fushimi Inari, el santuario de los mil torii; o el palacio imperial, la residencia de los antiguos emperadores. También asistí a una ceremonia del té, una tradición milenaria que representa la hospitalidad y el respeto. Y, por supuesto, no me perdí el bosque de bambú de Arashiyama, uno de los lugares más mágicos y fotogénicos de Japón.
Mi tercer destino fue Osaka, la tercera ciudad más grande de Japón y una de las más animadas y divertidas. Allí, pude degustar su gastronomía, famosa por su variedad y su sabor.
En Osaka, probé sus platos típicos, como el takoyaki, unas bolitas de pulpo; el okonomiyaki, una especie de tortilla con varios ingredientes; o el kushikatsu, unos pinchos fritos de carne y verduras. También visité su castillo, uno de los más importantes y bonitos del país, y su acuario, uno de los más grandes y espectaculares del mundo.
Mi cuarto destino fue Nara, la primera capital de Japón y una de las ciudades más antiguas y encantadoras del país. Allí, pude conocer a sus famosos ciervos, que viven en libertad y se acercan a los turistas para pedirles comida.
En Nara, me divertí con estos simpáticos animales, que a veces pueden ser un poco traviesos. También visité el templo de Todaiji, el más grande de Japón, que alberga una impresionante estatua de Buda de 15 metros de altura.
Mi quinto destino fue Hakone, una región montañosa situada cerca de Tokio. Allí, pude relajarme en sus aguas termales, llamadas onsen, y disfrutar de su paisaje natural, dominado por el volcán Fuji, el símbolo de Japón.
En Hakone, hice un recorrido por su lago, su valle y su museo al aire libre, donde pude ver obras de arte de artistas como Picasso, Rodin o Miró.
Mi sexto destino fue Miyajima, una isla sagrada situada cerca de Hiroshima. Allí, pude sorprenderme con su santuario, que parece flotar sobre el mar cuando sube la marea, y con su torii, una puerta roja que marca la entrada al lugar sagrado.
En Miyajima, exploré su monte, donde hay varios templos, pagodas y monos, y degusté sus ostras, que son muy famosas y sabrosas.
Mi último destino fue Hiroshima, la última ciudad que visité y la que más me emocionó. Allí, pude conmoverme con su historia, su memoria y su mensaje de paz. Visité el Parque de la Paz, el Museo de la Bomba Atómica y el Monumento de la Paz, y recordé el trágico suceso que ocurrió el 6 de agosto de 1945, cuando una bomba nuclear arrasó la ciudad y mató a miles de personas. También sentí la esperanza y la resiliencia de sus habitantes, que han reconstruido la ciudad y la han convertido en un símbolo de paz y de reconciliación.